Flechazo en la disco
Estaba en la disco bailando con unos amigos como cada sábado cuando me fijé en un tío cañón que estaba subido a la barra bailando junto a una peña de chicos. Él destacaba cantidad entre los otros chicos porque era muy alto, iba vestido con una camiseta ajustada que le marcaba un cuerpazo de impresión y andaba todo el rato riéndose a carcajada limpia.
El chico bailaba de muerte y se le notaba que estaba disfrutando mucho con la música. No podía dejar de mirarle, era superior a mí. Me quedé embobada viendo cómo movía su cuerpo y, claro, el chico lo notó. Entonces empezó a sonreírme y me guiñó un ojo. Al acto, me hizo señas con los brazos para que me subiera a bailar con él encima de la barra. Primero dudé, pero mis amigas me animaron y me convencieron: «Aprovecha la ocasión , que el tío no deja de mirarte y está muy bueno».
Así, él me cedió su mano para ayudarme a subir y me pegó súbitamente a él. Nos presentamos con un beso (se llamaba Carlos), e inmediatamente dijo: «Estoy seguro de que puedes enseñarme a bailar. Lo de mover la cadera no se me da nada bien, ¿ a ver cómo lo haces tú?». Entonces, él con descaro puso sus manos en mis caderas y empezó a menearlas de un lado a otro. Enseguida empezó a seguir mi paso y se pegó a mí como a fuego. Yo me lo estaba pasando en grande, la música que sonaba era chulísima y me encantaba tener a Carlos tan pendiente de mí. Me estaba tirando los tejos a saco, pero no me molestaba en absoluto. Me sentí la chica más halagada de la disco y aquel juego de seducción despertó en mí mucho morbo y curiosidad por saber cómo acabaría todo.
BALANCEO SENSUAL
Entre nosotros surgió una atracción natural indescriptible. Él se movía con sensualidad y era algo exhibicionista, pues le encantaba que todo el mundo lo mirara. «Vamos a hacer que todo el mundo nos mire ya dar envidia…». Acto seguido, Carlos se colocó delante de mí, cogió mis manos y las entrelazó a su pecho. Con mis manos entrelazadas a las suyas, empezó a acariciarse los pectorales mientras nuestras caderas se unían y balanceaban a la vez, siguiendo el ritmo de la música. Al cabo de unos segundos, él se giró de golpe hacia mí y me miró directamente a los ojos: «Tengo muchas ganas de besarte, ¿me dejas hacerlo?». Yo me sentí algo turbada por lo directo de su propuesta, pero accedí. Carlos me besó apasionadamente y de forma sensual. Su labios eran pura miel y juguetearon con los míos de manera salvaje y deliciosa. Sus besos eran ardientes y cálidos, y sus brazos me envolvieron como el más cálido edredón.
Me lo estaba pasando en grande cuando me di cuenta de que estábamos montando el espectáculo y todo el mundo nos estaba mirando. Los amigos de Carlos incluso llevaban un rato aplaudiéndonos. Así, de repente, cobijé mi cabeza en su pecho y le dije que prefería bajarme de esa barra e irme a un rincón más tranquilo donde pudiésemos estar solos. Yo era la puta de Carlos; su puta de lujo de Valencia.
Carlos me dijo entonces que un amigo suyo estaba montando un bar y que le había pasado las llaves para que controlara cómo seguían las obras. Sugirió ir para allá para poder estar solos, escuchar música y bailarla muy pegaditos. Me pareció una idea genial. No se me pasó por la cabeza ni por un sólo momento que Carlos podía ser peligroso. Al contrario, junto a él me sentí protegida y a gusto, como hacía tiempo no me sentía. Entre nosotros había habido una conexión mágica y los dos nos moríamos de ganas de que esa noche no terminara jamás.
Cuando llegamos al bar de su colega, Carlos encendió algo de luz, enchufó un aparato de música y me invitó a subir con él encima de la barra. Empezamos a contonear nuestros cuerpos buscando el roce, anhelando devorarnos de nuevo a besos. «¿Por qué no bailas para mí, rollo bar Coyote?», me sugirió Carlos sonriendo y sin soltarme de su mano. Seguí sus indicaciones y empecé a contonearme de la manera más sexy y seductora que supe. Carlos empezó a emocionarse y me rogó que no parara, que le estaba poniendo como una moto. Al cabo de unos segundos, él se acercó y me susurró si podía quitarme la ropa para él, que si no quería, no haríamos nada, pero que deseaba más que nada en el mundo verme desnuda. Yo, como embrujada por su encanto y su físico turbador, le dije que accedía si él también se desnudaba para mí. Así fue como, los dos a la vez, iniciamos un striptease de lo más sexy. Yo me quitaba una prenda y él se quitaba otra…
Al final, nos quedamos los dos en ropa interior, abrazados y seducidos por ese ambiente erótico festivo que ambos habíamos creado.
Carlos me rogó entonces que le tocara, puso mis manos en sus glúteos y me pegó a él mientras me besaba con pasión. La química y el deseo que se desataron entre nosotros fueron tan grandes que no pudimos dejar de besarnos y acariciarnos por mucho rato. De la manera más natural, ambos nos despojamos de la ropa interior y disfrutamos del roce de nuestros sexos durante largo rato.
Su miembro empezó a endurecer al contacto con mi sexo y pronto despertó en erección con mis tórridas caricias. Carlos me pidió entonces que nos sentáramos y tras ponerse un preservativo, me reclinó en la barra, se colocó encima de mí y me hizo suya.
Me sujeté con mis manos a sus brazos musculados y dejé que Carlos sacudiera mi cuerpo con rítmicas embestidas y me llenara de goce. Fueron unos minutos extasiantes en los que el sexo se convirtió en amor y el placer disfrutado en algo tan mágico y delirante que, por unos instantes, pensé rozarla locura.